viernes, 7 de noviembre de 2008

El Vulgar ( capitulo I ) Paseando por caminos...

Utiliza esta canción en tono muy suave, como acompañamiento de esta lectura

Paseando por caminos, encontramos a mucha gente, vemos sitios diferentes a lo ya conocido, maneras de vivir que no coinciden con lo pautado en nuestra normalidad, irregularidades de lo cotidiano. Que hermoso lo diferente, lo extraño, lo irregular, lo no formal, y que raro se siente uno cuando descubre que el que no encaja en la normalidad, cuando se ve rodeado de gente que si se ve normal entre si.
En uno de esos caminos encontré un día a un hombre, alguien que me impacto enormemente y de quien quiero contaros su historia. No sabréis nunca donde nació ese hombre, ni donde vive ahora, pero si os diré que se hace llamar Vulgar.
Era un día de otoño, en un camino del mundo, la hora no la recuerdo, pero más tarde de las seis, ya que la única luz que me acompañaba era la de la luna. Me encontraba sediento y cansado, ya que un mal cruce, me había hecho caminar horas por un camino equivocado, ahora me encontraba en el sendero correcto, pero más lejos de lo deseado del punto de destino.
Allí estaba el, bajo la sombra que creaba la luna en la falda de un gran árbol, un hombre espigado, de unos cincuenta años, con ropas sencillas, y unos ojos verdes que te impedían ver mas allá de su rostro, y te obligaban a prestarle toda la atención posible.
Lo primero que escuche de sus labios lilazios, fue: ....de donde vienes amigo...., amigo, llevaba cinco días caminando y el primer ser vivo con capacidad de conversar, me llamaba amigo, era un afortunado, ya que mi pequeña mente, por un momento hizo un esfuerzo y pensó que aquellos pocos víveres que llevaba, me iban a ser substraídos, al igual que el poco material de supervivencia que desde hace días, habían procurado por mi. Y no, yo era su amigo, no me conocía, pero el ya me alargaba su trabajada mano, mientras yo reticente ya pensaba que me iba a robar.
Tras comentarle de donde venia y lo desgraciada que había sido mi travesía, este me ofreció su casa, su fuego y su humilde comida, seguramente recogida con sus manos. Yo no la acepte, y le dije que seguiría mi camino, iba a continuar por que me daba miedo la generosidad que yo no sabría dar, lo extraño que era que te abriesen la casa, yo jamás lo haría, que querría de mi, pero que iba a querer, si yo no tenia nada, daba igual a saber.
Cordialmente me despedí de el, y continué el camino, en una encrucijada mental, error o acierto. Tras media hora de trayecto y muy cansado me senté en una piedra que separaba el camino de un terraplén, y supongo que el agotamiento, me hicieron perder la consciencia y caer.
….Buenos días forastero, llevas tres jornales durmiendo….Que era esa voz rota, que intentaba ser tenue para no causar en mi, un impacto mayor del que suponía despertar en hogar ajeno. Ese señor que me había encontrado, al parecer había seguido mis pasos, ya que para el, era segura mi derrota, causada por el cansancio. Ese hombre del que yo desconfíe, sin temer de mi, me había recogido y subido a su espalda, hasta depositarme en su cama, me había alimentado entre delirios y me había dado de beber como cachorro recibe de su madre.
Pasado un rato, superado el susto y superada la alegría que me había causado la generosidad de ese buen hombre, salgo al porche de una humilde cabaña donde residía, y le encuentro allí, entre una inmensidad de terreno, y unas verticales perfectas hechas de montones de tierra, a ese hombre de estampa inacabable, lanzando de la forma mas sutil, como gota que cae de una hoja, unas semillas, haciendo mágico el momento, ya que parecía de sus manos emanar la vida de esos futuros vegetales. Dándose cuenta de mi presencia, dejando por secundario, lo que para mi era maravilloso, se acerca a paso ligero hacia mí, preguntándome por mi estado. Me invita a sentarme en un banco hecho con troncos en su porche, y ofreciéndome un baso de leche, comienza a hablar conmigo como si de toda la vida me conociese.
Hablamos durante horas, el motivo de mi travesía era ya una anécdota, por fin había descubierto que el destino de mi viaje era aquel, y que todo lo que allí aprendiese iba a convivir siempre conmigo.