jueves, 27 de noviembre de 2008

El Vulgar ( capitulo II ) Un amanecer perfecto...

Esta cánción te acompañara en este paseo de nuevas sensaciones.

Un atardecer perfecto, ni una nube que rompiese aquel degradado maravilloso de amarillos y naranjas, que chocaban con aquel mar verde, que oscuro en la intersección con el sol, se aclaraba ante mis pies.

La invitación de aquel hombre había sido algo tan generoso, que incluso me incomodaba el no podérselo devolver, que le daría a cambio yo? Un hombre de ciudad, ignorante de la vida sometido a cotidianos y ajeno a más realidades, que las que mi monótona vida podía proporcionarme. Iba a intentarlo, seguramente de alguna forma material, trataría de paliar las necesidades de vulgar.

La hora de cenar se acerca, como si de un brujo se tratase, llena que llena aquella olla de elementos de huerta, y su olor mejora como si una poción mágica estuviéramos hablando. Durante la cena comienzo a preguntar sobre la familia, y evadiéndome, me mal contesta, hasta que al final, yo creo, que deseoso de hacerlo, me cuenta una historia que jamás olvidare.


...Corría el año 1970, yo tenia 12 años, soy hijo de unos industriales del textil muy importantes en la época, mi madre organizaba las mejores fiestas de la ciudad, toda la clase pudiente asistía con sus mejores galas, algunos haciendo ostento de lo que ya no tenían, madres e hijas desfilaban con sus mejores trajes, como si de una exhibición canina se tratase, ya que las mas viejas, agrupadas y chismosas, comentan con todo detalle, siendo maliciosas cuando la envidia se dejaba ver.

Entre tanta flor engalanada destacaba una, el único objetivo de mis miradas, la bella hija de nuestra cocinera, la querida señora Leonor. Tenia la misma edad que yo, era premiada por madre, con asistir a las fiestas, cuando sus servicios eran atentos.

Adriana era morena, sus ojos verdes, como la oliva del mejor aceite, su tez blanca, y sus labios gruesos y rosados. Era espigada y mas alta que yo, creo que eso la hacia mas inalcanzable. Arisca conmigo, ya que pensaba que yo era un niño malcriado, que hiciese lo que hiciese, siempre tendría las recompensas y premios que incluso ni buscaba, no era envidia, si no la rabia que me tenia, ya que ella después de estudiar como yo, tenia que ayudar a su madre en las labores de cocina, y por mucho esfuerzo que hiciese, casi nunca recibía premio.

En una de las fiestas madre le regalo unos zapatos de tacón y un vestido cortó, estaba muy linda, pero la falta de costumbre la hicieron tropezar delante mío, con tan mala suerte que se torció un tobillo. Mi madre y la señora Leonor andaban muy atareadas, así que depositaron en mis manos un ungüento para la inflamación y unas vendas para inmovilizar, ella se resistió en un primer momento, pero la imposibilidad de curarse sola, le hizo desistir.

Comencé untando mi mano de aquella densa pomada, y como si su pierna fuera cristal fino comencé a deslizarla suavemente, el alivio que hubo de sentir, me lo recompenso su boca, en forma de sonrisa, no se si termine el tubo, pero no podíamos parar aquella sensación, que como nunca antes nos había unido, después sujetando con una mano su pequeño talón, con la otra líe la venda a su pie, como si fuese una criada de la edad media, atando el corpiño de su reina, con la mayor suavidad posible.

Era tal la gratitud, que sus suaves labios se posaron durante unos eternos y mágicos segundos sobre mi frente, siendo este el beso que al fin nos uniría.

A la semana siguiente, sin poder disfrutar de mi gran amor, mis padres me mandaron a un colegio interno, alegando que no eran buenos tiempos para un niño en una ciudad.

Pasaron cuatro años de largo internamiento, cuando hecho todo un hombre volví a mi hogar, allí me esperaba mi padre enfermo que rápidamente me dio las directrices de cómo seguir con la empresa familiar. A los tres meses mi padre murió victima de un cáncer y me dejo a mí el titulo de cabeza de familia. En el entierro de padre, madre hizo una recepción a la que asistió mucha gente, entre ellos Leonor, que ya se había desvinculado de la familia, pero que enormemente había sentido la falta de mi padre, al que quería mucho. Tras conversar con ella, no pude más que preguntarle por Adriana, me dijo que esta estudiaba, ya que quería ser profesora, y me dio su dirección.

Tras tres semanas de miedos, conseguí el valor para ir a ver a aquel gran amor de niñez, que varias veces al día, durante los últimos años, había paseado por mi cabeza...



En estas Vulgar se queda durmiendo en su silla, dejándome en ascuas de cómo seguiría aquella bonita historia. No quise interrumpir su sueño, plagado de bellos recuerdos y me acosté esperando soñar con un amor así en el que yo fuera el protagonista.

viernes, 7 de noviembre de 2008

El Vulgar ( capitulo I ) Paseando por caminos...

Utiliza esta canción en tono muy suave, como acompañamiento de esta lectura

Paseando por caminos, encontramos a mucha gente, vemos sitios diferentes a lo ya conocido, maneras de vivir que no coinciden con lo pautado en nuestra normalidad, irregularidades de lo cotidiano. Que hermoso lo diferente, lo extraño, lo irregular, lo no formal, y que raro se siente uno cuando descubre que el que no encaja en la normalidad, cuando se ve rodeado de gente que si se ve normal entre si.
En uno de esos caminos encontré un día a un hombre, alguien que me impacto enormemente y de quien quiero contaros su historia. No sabréis nunca donde nació ese hombre, ni donde vive ahora, pero si os diré que se hace llamar Vulgar.
Era un día de otoño, en un camino del mundo, la hora no la recuerdo, pero más tarde de las seis, ya que la única luz que me acompañaba era la de la luna. Me encontraba sediento y cansado, ya que un mal cruce, me había hecho caminar horas por un camino equivocado, ahora me encontraba en el sendero correcto, pero más lejos de lo deseado del punto de destino.
Allí estaba el, bajo la sombra que creaba la luna en la falda de un gran árbol, un hombre espigado, de unos cincuenta años, con ropas sencillas, y unos ojos verdes que te impedían ver mas allá de su rostro, y te obligaban a prestarle toda la atención posible.
Lo primero que escuche de sus labios lilazios, fue: ....de donde vienes amigo...., amigo, llevaba cinco días caminando y el primer ser vivo con capacidad de conversar, me llamaba amigo, era un afortunado, ya que mi pequeña mente, por un momento hizo un esfuerzo y pensó que aquellos pocos víveres que llevaba, me iban a ser substraídos, al igual que el poco material de supervivencia que desde hace días, habían procurado por mi. Y no, yo era su amigo, no me conocía, pero el ya me alargaba su trabajada mano, mientras yo reticente ya pensaba que me iba a robar.
Tras comentarle de donde venia y lo desgraciada que había sido mi travesía, este me ofreció su casa, su fuego y su humilde comida, seguramente recogida con sus manos. Yo no la acepte, y le dije que seguiría mi camino, iba a continuar por que me daba miedo la generosidad que yo no sabría dar, lo extraño que era que te abriesen la casa, yo jamás lo haría, que querría de mi, pero que iba a querer, si yo no tenia nada, daba igual a saber.
Cordialmente me despedí de el, y continué el camino, en una encrucijada mental, error o acierto. Tras media hora de trayecto y muy cansado me senté en una piedra que separaba el camino de un terraplén, y supongo que el agotamiento, me hicieron perder la consciencia y caer.
….Buenos días forastero, llevas tres jornales durmiendo….Que era esa voz rota, que intentaba ser tenue para no causar en mi, un impacto mayor del que suponía despertar en hogar ajeno. Ese señor que me había encontrado, al parecer había seguido mis pasos, ya que para el, era segura mi derrota, causada por el cansancio. Ese hombre del que yo desconfíe, sin temer de mi, me había recogido y subido a su espalda, hasta depositarme en su cama, me había alimentado entre delirios y me había dado de beber como cachorro recibe de su madre.
Pasado un rato, superado el susto y superada la alegría que me había causado la generosidad de ese buen hombre, salgo al porche de una humilde cabaña donde residía, y le encuentro allí, entre una inmensidad de terreno, y unas verticales perfectas hechas de montones de tierra, a ese hombre de estampa inacabable, lanzando de la forma mas sutil, como gota que cae de una hoja, unas semillas, haciendo mágico el momento, ya que parecía de sus manos emanar la vida de esos futuros vegetales. Dándose cuenta de mi presencia, dejando por secundario, lo que para mi era maravilloso, se acerca a paso ligero hacia mí, preguntándome por mi estado. Me invita a sentarme en un banco hecho con troncos en su porche, y ofreciéndome un baso de leche, comienza a hablar conmigo como si de toda la vida me conociese.
Hablamos durante horas, el motivo de mi travesía era ya una anécdota, por fin había descubierto que el destino de mi viaje era aquel, y que todo lo que allí aprendiese iba a convivir siempre conmigo.



martes, 4 de noviembre de 2008

Naranjito


Esta es mi mascota, nacida el mismo año que yo.